La idea empresarial de Nación: como entender la “imagen país”

Tras el término de la dictadura militar en 1990, es posible apreciar como la readecuación de los discursos fue generando un patrón común en gran parte de los sectores políticos nacionales que habían adoptado el neoliberalismo, los cuales priorizaron continuamente una idea de progreso bastante precaria y difusa, pero que conllevó paralelamente profundas concepciones discriminatorias.
Es en este contexto que se generó, fácticamente, un régimen político basado principalmente en un Estado e instituciones republicanas, con formas democráticas de gobierno, pero que sin embargo lleva consigo una fuerte restricción legal y de hecho a la participación general de la ciudadanía.
El modelo económico neoliberal impuesto durante la dictadura cívico-militar, que se caracteriza por una economía primaria y terciaria que dejaba atrás los intentos industrializadores de parte del siglo XX. Conllevó no sólo un cambio en el patrón de desarrollo, sino que también en el entendimiento de este.
En este mismo sentido, la economía hoy será para los sectores defensores del modelo neoliberal, la vertiente de una única verdad, que subordina los derechos civiles, políticos y culturales en beneficio de la mantención de un neoliberalismo extremo. Lo bárbaro y retrogrado está representado y constituido por todo lo que cuestiona la supuesta verdad racional económica neoliberal, entendida esta como la expresión misma de la libertad civil y política.
Esta lógica niega, por tanto, la existencia de conflictividad social, producto de que las expresiones contra el modelo económico predominante son en su raíz de un origen espurio, contrario a la imagen de desarrollo empresarial y social predominante, lo cual los deja al margen de lo civilizado. Es así como la diversidad cultural se encuentra en el mercado, el filtro de que lo que es culturalmente aceptable está dado por la capacidad de esta de poder ser explotada económicamente. La “imagen país” se ha convertido en la forma final de la cosificación de la Nación para la transformación en mercancía.
Si con la dictadura militar la imposición del modelo económico generó uno de los rasgos más distintivos de su administración, junto con el asesinato sistemático de personas. En materia de relaciones exteriores significó la pérdida para el Estado en lo que hasta décadas anteriores, era una prerrogativa exclusiva del Presidente de la República; la representación soberana de la Nación y el Estado de Chile frente a la comunidad internacional.
Sin embargo, las atribuciones presidenciales dieron paso a partir de 1990, a una codirección de las relaciones internacionales, principalmente en lo concerniente al manejo de los acuerdos comerciales suscritos por Chile. Es bajo este ya ni tan nuevo escenario, que el Ministerio de Relaciones Exteriores, como parte del Estado de Chile, ha servido prioritariamente de plataforma de negocios y acuerdos privados, que en su versión más extrema se expresó en la política de “cuerdas separadas”.
Con este tipo de Estado se fue gestando una nueva visión identitaria de nuestro país, como nos señala Miryam Colacrai (1), apelativos como Chile país diferente; país ganador; país moderno; e incluso país modelo, significó la expresión de la inserción (y exclusión a nuestro entender) internacional en un mundo globalizado. Para que esto se diera, se fueron dando una serie de condiciones que propiciaban esta visión, que más que responder a una convicción ciudadana, responden a la versión empresarial de la identidad chilena o, como señala Jorge Larraín citado por Colacrai, a la “versión empresarial posmoderna”.
Hoy, en el Chile del siglo XXI, la imagen país que se quiere proyectar, tanto nacional como internacionalmente, está contenida en las diferentes temáticas que ha generado el proceso de globalización. La consecuencia de lo antes señalado, ha provocado que discursos, por ejemplo pro Estado, colisionen con ya décadas de pretendidos avances, su existencia retrotrae, (desde esta visión), nuestra historia a un punto de crisis y desmoronamiento, ya que no permite una compatibilidad con cierto tipo de globalización actual del mundo, ni con la imagen país promovida desde los sectores privados y gubernamentales neoliberales. Menos con lo que se quiere vender como producto o marca, lo que ha conllevado a la transformación del país en un objeto apetecido para inversiones y beneficios tributarios, todo esto en favor de una supuesta acometida modernizadora, que en un proceso largo y sin plazos, promete la panacea social a través de los beneficios comerciales.
El salvajismo representado por quienes están fuera del mercado, o que simplemente no quieren participar de el, colisiona con la pretensión, según esta visión, de ser modernos, civilizados y en un constante perfeccionamiento. Es este salvajismo el cual provoca un efecto de letargo y retroceso, impidiendo o reduciendo la velocidad del progreso como ideal, trabando el proceso de civilización como hecho actual.
Los bárbaros, utilizando la dicotomía de Sarmiento, nos devuelven a un estado anterior ya superado, dañando la imagen país y a aquellos que se sienten integrados a la civilización, en este caso al mercado globalizado neoliberal. En la sociedad actual el salvajismo ataca el sentido común, lo cuestiona y daña, de ahí su peligrosidad y el porqué de su intento continuo de eliminación mediática y física.

06 de febrero de 2014.
 
 

Referencias:
1. Colacrai, Miryam, “La construcción de la identidad chilena en el contexto de su creciente internacionalización. Entre el diseño de un Estado-comercialista que se inserta en el mundo y la impronta del Estado territorialista presente en sus relaciones vecinales”.

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